Los alimentos transgénicos buscan su lugar en el mercado, mientras los científicos se enfrascan en un debate sobre si realmente son la panacea universal o un riesgo más de la manipulación genética.
Qué son y cómo se comen. Transgénico. Con esa palabra muchos mortales se confundirán al tratar de definirla.
Algunos creerán que es un nuevo virus biológico o informático, el nombre de un nuevo sistema eficiente de transporte, parecido al Transmilenio, de una nueva tela impuesta por los diseñadores de moda o algo relacionado con el mapa genético. Quizás tiene algo de cada cosa.
Eso sí, los trasgénicos están de moda tanto para los amantes de la biotecnología que los describen como la panacea de la hambruna mundial, como para los ecologistas que cree que es uno de los demonios clonados del Apocalipsis.
En esta odisea genética del 2001 la ficción esta cada vez más cerca de la ciencia visible: ya se sabe que basta manejar el ácido desoxirribunocleico -la esencia de la vida- para conocer de dónde y con qué problemas venimos. Los trasgénicos no son más que el resultado de la manipulación genética, y en el caso de los alimentos «se refiere a las plantas cultivadas con genes ajenos (como los que resisten a plagas o sequías y tienen nuevos nutrientes), o a las que se les han retirado sustancias tóxicas o que ocasionan alergias», explica Carlos Silva, especialista del Instituto Colombiano de Agricultura (ICA).
Los trasgénicos garantizan mejores productos en cada cosecha, según Monsanto, una de las industrias propulsoras de estos productos. «Tanto lo que ha venido a llamarse biotecnología como el realce genético de productos agrícolas pueden ser una de las más viejas actividades humanas. Hace miles de años, los hombres sedentarios no sólo se ubicaron en un lugar, sino que comenzaron a cultivar y a criar animales manipulando la naturaleza genéticamente con cada cruce que realizaban.
Las 15 plantas principales que proporcionan el 90% del alimento en el mundo, son producto de hibridaciones, cruces y modificación extensiva, realizados por generaciones incontables de campesinos atentos a producir sus cosechas, de las maneras más eficaces y más eficientes posibles, a lo largo de milenios, hasta hoy.
La biotecnología es la promesa para los consumidores que buscan calidad, seguridad y gusto en sus opciones de alimento; para los granjeros que intentan nuevos métodos para mejorar su productividad y sus beneficios; y para los gobiernos y las organizaciones no gubernamentales que buscan acabar con el hambre global, asegurar la calidad ambiental, preservar la biodiveridad y promover la salud y la seguridad del alimento». Ese el juramento de Monsanto y sus defensores.
La amenaza fantasma
Los censores y fiscalizadores de los Organismos Manipulados Genéticamente (OMG o GEF por Genetically Engineered Foods, como se les conoce mundialmente) usan los mismos argumentos y la misma base científica, de manera inversamente proporcional: acusan a estos alimentos ‘trabajados’ por la ingeniería genética de ser nocivos para la salud, de provocar la muerte de los antibióticos y reacciones alérgicas, de alterar el medio ambiente y de afectar el equilibrio entre especies.
Una guerra de conceptos en la que aún no hay víctimas, pero sí un tanto de terrorismo. En Brasil, por ejemplo, el pasado viernes 26 de enero, José Bové -campesino francés que encarna la lucha mundial contra la globalización y la influencia norteamericana, cual Astérix en el siglo XXI -arrojó granos de maíz durante un acto en contra del cultivo de semillas trasgénicas de maíz y soja de la empresa estadounidense Monsanto, con sucursal en el sur del país. Más de 1.300 agricultores invadieron el importante laboratorio especializado en biotecnología para protestar por los peligros -a ciencia cierta todavía desconocidos- de los productos transgénicos. El centro genético quedó completamente arrasado.
Colombia ha sido el país abanderado del ‘sentido de precaución’, tal como se ratificó en el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, firmado exactamente hace un año, y en el que el Ministerio del Medio Ambiente jugó un papel fundamental en este acuerdo ambiental, considerado el más importante de los últimos tiempos.
En Venezuela, el movimiento Iniciativa de los Consumidores alertó acerca de la presencia de OMG en papas congeladas y aceites destinados a la fabricación de helados que se venden en supermercados del país, sin ninguna etiqueta que registre su condición de transgénico. En España, la Organización Amigos de la Tierra ha sido más específica al acusar al maíz Bt176, patentado por Novartis, de sembrar 20 mil hectáreas de este cereal, con un nombre tan futurista como sospechoso.
Las protestas en parte se deben al resultado de una investigación de la Universidad de Cornell, Estados Unidos, publicada en 1999 por la revista Nature, que de acuerdo con os experimentos concluía que las larvas de la mariposa monarca, que se nutrían con hojas que contenían el polen transgénico de las matas intervenidas con la bacteria Bacillus Thuringiensis, comían menos, crecían más lentamente y sufrían mayor mortalidad (50% moría sin causa aparente). Además, la preocupación cundió ya que el polen d los cultivos manipulados de hortalizas puede desplazarse cinco kilómetros y contaminar otros culltivos, según reveló el centro John Innes del Reino Unido, el año pasado.
A la raíz de la soja y el maíz
Tal como sucede con las pesquisas que intentan determinarla propagación de la enfermedad de las ‘vacas locas’ a lo largo del mundo, la soja y el maíz son la raíz de la persecución de los alimentos transgénicos.
Por ahora, la única epidemia que han causado los alimentos transgénicos es la precaución extremista. La soja y el maíz están en cuidados intensivos por ser la materia prima para la producción de aceites, harinas e insumos de la industria alimenticia, la lucha contra el cultivo de transgénicos tiene tanto de filosófico como de económico, con un alto contenido de combate contra las multinacionales.
Por Internet algunos foros ambientalistas iberoamericano han sembrado suficientes dudas en contra de las industrias transnacionales con una lista en la que no se escatima mención a las grandes marcas: el veneno de las acusaciones afecta a las galletas Nabisco, procesadas supuestamente con almidón de maíz transgénicos; compatas Nutriben, con maíz y soja intervenidas y hasta concentrado para mascotas Friskies, de soja genéticamente modificada; entre otras, con tanta insidia como para fermentar una batalla comercial, más que científica.
La industria se defiende
Para Monsanto ho hay ningún riesgo de padecer alergias con alimentos transgénicos, pues, «actualmente en el mercado no hay productos que contengan alergénicos transferidos por la biotecnología. Sin embargo, si un productor lanza al mercado un alimento con un compuesto alergénico, la política actual de la FDA exige que el producto sea etiquetado de modo que cualquier consumidor con una alergia lo identifique. La biotecnología agrícola tiene el potencial de favorecer a la humanidad, no de poblarla con alergias».
El manifiesto de Monsanto
Monsanto, como transaccional implicada en el asunto y con más especies en los campos, argumenta su defensa con un credo que reza que las 15 plantas comestibles que constituyen el 90% de lo que se consume en el mundo «han sido modificadas extensamente y han pasado por hibridaciones, cruces y modificaciones a lo largo de los milenios». Parte del manifiesto de la compañía es que la biotecnología representa un futuro promisorio para la gente que busca calidad y sabor; para los agricultores que requieren incrementar su productividad; para quienes sueñan con erradicar la peste del hambre del mundo.
El tragénico prohibido
El StarLink, una variedad de maíz transgénico, es hasta ahora el OMG más problemático, tanto que no se ha aprobado para el consumo humano debido a que puede causar reacciones alérgicas. Misión Foods, la mayor productora de tacos de Estados Unidos, tuvo que retirar del mercado, en octubre del año pasado, todos sus tacos, tortillas y chips porque la harina amarilla que había utilizado estaba bajo sospecha de contener la variedad del grano no autorizada. En el mismo mes, Kelloggs suspendió la producción de sus cereales para desayuno en la planta de Battle Creek, ante la imposibilidad de que los proveedores de granos certificaran que su maíz no estaba ‘adulterado’ con la variedad StarLink.
Información de etiqueta
El Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad reconoció el ‘sentido de precaución’ sobre el comercio mundial de alimentos transgénicos. Es un hecho, que los países industriales han logrado introducir genes de otras especies vivas a las semillas (creando los organismos modificados genéticamente o transgénicos), por ejemplo, un gen de la trucha introducido en las papas ha permitido desarrollar una variedad mejor adaptada al frío. Pero también han desarrollado variedades resistentes a plaguicidas, lo que trae como consecuencia que, al fumigarse los cultivos, se arrasen otras especies, atentando contra la biodiversidad. Pues los países importadores consideraron que los exportadores debían anunciar si los productos que venden son transgénicos. En el caso que sí lo sean, que tengan la posibilidad de rechazarlos. Los estados exportadores alegaron que esta medida violaba los tratados de comercio internacional vigentes en el mundo. Los puntos que dividían a los dos bandos eran:
1. A cuáles productos se les iba aplicar el Protocolo. Los países en desarrollo exigían que cubriera todos los organismos vivos modificados, salvo los medicamentos para humanos, regulados por la Organización Mundial de la Salud.
Los países exportadores querían excluir a los llamados productos básicos agrícolas.
2. Y que el Protocolo dependiera de la Organización Mundial del Comercio, que no reconoce el ‘sentido de precaución’. Para ellos debe estar demostrado científicamente el daño que provoca un producto para prohibir su importación. El ‘sentido de precaución’, en cambio, permite evitar productos que probablemente puedan ocasionar daños. El Protocolo, sometido al Convenio de Biodiversidad firmado por todos los países, excepto Estados Unidos, finalmente logró la aprobación de la iniciativa tal como lo proponían los países en desarrollo, gracias a la moderación del ministro colombiano Juan Mayr.
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